larger than life
Larger than life.
Ante un panorama saturado de imágenes y pocas formas críticas de ver, los artistas contemporáneos imaginan modos de cuestionar los paradigmas de la cultura visual. Tal es el caso de la artista salvadoreña Albertine Stahl (El Salvador, 1989). Su obra ofrece alternativas para esbozar una potente crítica al consumo desmedido de imágenes en la era globalizada.
1989 es el año de nacimiento de Stahl y de la caída del muro de Berlín. 1989 es, asimismo, el título de un álbum de Taylor Swift y la fecha de publicación de Panégyrique, libro escrito por el filósofo Guy Debord donde las citas adquieren un peso fundamental. Estas sirven al autor para que se perciba con qué han sido tejidos en lo más profundo su aventura y él mismo. Así, los cuadros de Stahl, rebosantes de citas, nos cuentan una aventura: la de su generación que, entre videojuegos, libros y caricaturas, creció sin salir de casa tras finalizar el conflicto armado salvadoreño en 1992.
Remix enciclopédico o mash-up iconográfico, el proyecto de Stahl es una profusión de rostros familiares. La paradoja: los protagonistas en el espacio pictórico no se conocen entre sí. Al colisionar imágenes de la historia de Occidente, emergen interacciones sorpresivas entre las celebridades diseccionadas. Allí vemos a María Félix enaltecer su belleza junto a las Meninas; a Lady Di, quien alguna vez fue la persona más fotografiada del planeta, por completo distorsionada; a Michael Jackson, cuyo gesto imperial se diluye entre la pintura del romanticismo francés; a Superman, intervenido al modo manierista; a James Dean, personaje trágico por excelencia, en diálogo con la crudeza bélica de Goya; a Bowie y las infantas de Velázquez homenajeando la puesta en abismo del videoclip Seven Nation Army. Panegíricos post-pop de los mitos de la hiperreproducción técnica.
Pero la artista no solo disloca el valor de la imagen per se, sino también las categorías que rigen a la historia del arte: de la representación a la materialidad, del retrato al collage. Este último, considerado la mayoría de las veces un producto de la combinatoria y el azar, del ocio y la ensoñación, es puesto en jaque. En la obra de Albertine Stahl no hay accidentes. La reapropiación visual es, sin duda, un ejercicio tamizado por su posicionamiento feminista y decolonial, mas no por ello exento de humor, nostalgia o admiración. En su singular tratamiento del collage coexisten lo político y lo afectivo.
¿Sería justo revelar a detalle el proceso de la elaboración técnica de sus creaciones? Quizá no. Solo diré que múltiples capas pictóricas y digitales sostienen el efecto tridimensional en sus cuadros. Que la combinación de distintos medios —fotografía, pintura, soportes digitales— permite a la artista manipular pigmentos de engaño y fragmentos de ilusión para dar espesor a un mundo alucinante.
La obra de Albertine Stahl es trampantojo e invitación. Al engañar el ojo del espectador, también lo invita a trazar conexiones infinitas. A desdibujar límites y fronteras. A viajar, como ella, artista trashumante, de Berlín a Costa Rica. A iniciar un zapping de MTV al Museo del Louvre. A recortar y pegar. A extraviar, al menos por unos instantes, la mirada.
(Juan Pablo Ramos, Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México)